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Meditar

Al escuchar la palabra “meditar”, se antoja pausa, silencio, reflexión. En el diccionario significa pensar y considerar un asunto con atención y detenimiento para estudiarlo, comprenderlo bien, formarse una opinión sobre ello o tomar una decisión.”

Meditar puede ser un acto sereno, pero que tiene al mismo tiempo dinamismo. Se vuelve un acto donde los sentidos están más despiertos, el corazón más abierto, y la atención más plena. 

Me viene a la mente María, frente al acontecimiento de la llegada de Aquél que es la Vida: 

“[los pastores] fueron a prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho del niño. Y todos los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores. Pero María lo conservaba y meditaba todo en su corazón” (Lc 2, 16-19).

¿Qué habrá intuido María? ¿lo habrá meditado más de una vez? ¿de dónde habrá nacido ese deseo como de no querer “estorbar” o “contaminar” los hechos con sus propios impulsos, sus propias palabras, sino dejando que alguien más se abra paso ahí en lo oculto de su corazón, en una mezcla que no anula su propio sentir, sino que busca unir dos voces en armonía? ¿qué se habrá transformado en ella después de meditar todas estas cosas?

Así como María, podemos meditar la vida y lo que acontece, lo que sale de la norma y nos invita a detenernos para digerirlo, para pensarlo despacio, para contemplarlo con distancia, en complicidad y desde ahí, nutrirnos con lo fundamental de las experiencias.

Me gustaría resaltar también algo hermoso de meditar, no solo en lo íntimo, sino también hacerlo en comunidad. Meditar en compañía tiene el potencial de expandir el umbral de descubrimientos, detalles y matices, de acuerdo a las sensibilidades y momentos particulares por los que atraviesan las personas.

Esto lo he descubierto en las oportunidades de meditar textos, imágenes, sonidos y canciones, arte, cuerpo… la riqueza se vuelve mayor y se emprende una búsqueda juntos. En principio a solas y después en comunidad, el pensamiento de los otros, me ha llevado a lugares insospechados y se han iluminado otros espacios de mi mente y de mi corazón. 

En una ocasión, continuando con la referencia inicial, meditando con los personajes del Nacimiento en el Evangelio, fue como invitarlos a sentarse a la mesa, contemplarlos, volver a escuchar lo que cada uno vivió, actualizar una escena conocida, en un intento de cultivar un corazón atento y despierto a un mensaje personal, que nos espera a cada uno.

Que la práctica de la meditación sea un acto que nos deje menos vacíos, nos haga más libres, reduzca lo automático de la forma en la que a veces vivimos y nos lleve a transitar la vida de forma distinta.

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