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La alegría en el dar

Cuántas veces hemos escuchado que uno disfruta más dando que recibiendo. Y este dicho la verdad es que es una realidad que se puede constatar y que muchos lectores en estos momentos estaréis de acuerdo con tal afirmación. Para ello vamos a irnos adentrando en ambos conceptos con el fin de descubrir que casi conforman un binomio maravilloso, aunque a priori se pueda pensar que no siempre que uno da algo o se da, es decir, se entrega en alguna causa, el sentimiento inmediato sea la alegría.

Si se busca en el diccionario la palabra “alegría” existen varias acepciones sobre ella. Nos vamos a quedar con dos que definen a la perfección su significado: “sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores” y “palabras, gestos o actos con que se expresa el júbilo”

En la primera, la alegría sería el sentimiento propiamente dicho que nace del interior de la persona. La segunda acepción, por tanto, la consecuencia de sentir la alegría y que de forma natural se manifiesta a modo de gestos, dichos o hechos que tienen su efecto en el otro o en los otros.

El verbo “dar” aún posee más significados dependiendo del contexto lingüístico en el que se incluya. De todos ellos vamos a quedarnos con una palabra que es sinónimo: entregar.

Actualmente en los tiempos que corren la palabra entrega o entregarse quedan adscritas a los ámbitos más inmediatos: familia-trabajo-amigos. La persona quiere dar lo mejor de sí mismo en su ámbito familiar, en su trabajo ejerciéndolo con profesionalidad y con los amigos, dedicándoles el poco tiempo que le queda ante la vorágine de vida en la que siente inmerso. En definitiva, el sujeto se ve arrastrado por múltiples quehaceres cotidianos que quitan el sosiego y, en muchas ocasiones, también ese sentimiento tan valioso que llamamos alegría.

Permitidme que os comparta una experiencia personal que fue punto de inflexión, donde me percibí zarandeada interiormente y descubrí con clarividencia que en la humanidad no solo existimos nosotros y nuestras circunstancias. Y que hay personas en todo el mundo que claman atención y cuidado. 

Tuve la fortuna de asistir en la época universitaria a unas Jornadas sobre África en las cuales se trataba la gran riqueza del continente en varias dimensiones: cultural, artística, literaria… En la parte sobre la economía, tristemente se nos explicaba como el primer mundo ha saqueado a lo largo de la historia y continúa llevándose a manos llenas los recursos naturales de África, viéndose sus habitantes afectados de lleno en sus formas de subsistencia. La intervención final de un hombre africano ante una sala abarrotada exclamando un SOS a Europa, como podéis imaginar, encogió mi corazón y a partir de entonces mi mirada fue tomando una amplitud más allá del entorno inmediato al que solo llegaba. Este hecho tuvo otro fruto y fue el deseo de dedicar parte de mi tiempo a realidades cercanas geográficamente pero que precisan de igual modo de atención y dedicación.

Destinar una parcela de tu vida, por muy pequeña que sea, al contacto con realidades vulnerables que las forman personas como tú y como yo, conlleva inevitablemente resituarte ante el estilo de vida que se tiene. Cuántas veces hemos escuchado en el precioso evangelio de las Bienaventuranzas: “Felices los pobres de espíritu”, entendida esta frase según el Papa Francisco a aquellos que tienen el corazón pobre por donde puede entrar el Señor con su constante novedad, y que nos invita a ser pobres a secas, a tener una existencia austera y despojada. 

Cuando se entrega parte de tu tiempo a las personas que peor lo están pasando por diversos motivos y que más desfavorecidas se encuentran en nuestras ciudades o pueblos pues sufren grave riesgo de exclusión social; escucharlos, acompañarlos, atenderlos y alentarlos tiene el efecto maravilloso que hace que el corazón se vaya ensanchando, y produce una alegría serena que nace del interior desencadenándose palabras, gestos y actos que expresan este sentimiento tan extraordinario. 

Y estas mujeres, hombres, niños o mayores comienzan sin darte cuenta a formar parte de tu existencia convirtiéndose en destinatarios de tu amor y recibiendo de ellos acogida, gratitud y un gran aprendizaje para cada una de nuestras vidas muchas veces acomodada.

A modo de conclusión, expresar una llamada humilde a que nuestras sociedades en las que nos movemos, podamos descubrir que todos, sin excepción de nadie, somos valiosos y únicos. Nos necesitamos los unos a los otros para construir una humanidad cuyas bases sean la solidaridad, la fraternidad y la justicia social teniendo al mejor Maestro en quien fijarnos, sostenernos y dinamizarnos: Jesús de Nazaret.

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