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Inteligencia espiritual: Somos seres de necesidades espirituales

Algo que ha distinguido al hombre a lo largo de la historia ha sido su tendencia a mirar más allá de sí mismo; esto se ha expresado tanto desde las primitivas representaciones artísticas, como en la continuidad que a través de las culturas y generaciones se ha tenido de expresiones religiosas. El ser humano lleva en sí mismo una inquietud, una búsqueda, que habla de esta dimensión de su persona: la dimensión espiritual.

Esta cualidad espiritual que poseemos los seres humanos hoy se distingue como inteligencia espiritual. La inteligencia espiritual abarca lo que no alcanza a decirnos de nosotros la biología, ni la psicología o la sociología, ni la neurociencia o la historia; nuestras necesidades más profundas, nuestros anhelos más hondos, nuestras inquietudes y esperanzas últimas parten de esta facultad que nos permite adentrarnos, comprender, y abrirnos al fundamento último de la realidad.

 La inteligencia espiritual, hace que nos podamos relacionar más profundamente con todo lo que nos rodea, pues aumenta la capacidad de percibir la trascendencia de las cosas, de los proyectos, de las personas con las que nos relacionamos. Más aún, es la inteligencia espiritual la que favorece actitudes de gratitud, generosidad, gratuidad y solidaridad; que introducen una lógica diferente en la persona y que permite entregar la vida por los ideales en los que creemos.

 Incluso la inteligencia espiritual es útil para la vida práctica, para manejar los problemas cotidianos, laborales, sociales, etc.; identificando las dimensiones trascendentes de la realidad, de los otros, de la naturaleza. Nos capacita para comprender con profundidad las cuestiones existenciales a través de los distintos niveles de conciencia que vamos adquiriendo, nos abre a la posibilidad de desarrollar un pensamiento crítico de la realidad para generar sentido de todo lo que nos rodea y envuelve, y así poder resignificar los acontecimientos e ir más allá, hasta lo inexpresable e incomprensible.

El hombre así, tiene esa maravillosa capacidad de no quedarse en la superficie de la realidad, sino que la realidad envuelve dimensiones que a primera vista no se perciben. Todo en nuestro ser está hecho para ser capaces de esta percepción que trasciende lo inmediato.

En algunos momentos se había comprendido que el hombre tenía que negar o dejar ciertas de sus facultades “humanas para poder acceder a la experiencia espiritual. Han habido corrientes teológicas y filosóficas que han favorecido esta escisión y visión dualista que no nos ayuda a vivirnos unificados y poder vivir plenamente nuestra capacidad espiritual. La realidad es que el hombre es capaz de la trascendencia con todo lo que es, desde el cuerpo, los afectos y emociones, pensamientos y razón, con su libertad y querer…; no se necesita amputar o ir en contra de nada de sí mismo, todas sus cualidades son necesarias para sumergirse y experimentar el misterio de la trascendencia.

San Ignacio de Loyola, fue uno de los primeros que supo captar esta realidad expresando que el hombre podía aprender a descubrir el lenguaje de Dios saliendo a su encuentro en los acontecimientos de la vida, en las personas, en el rico mundo interior que poseemos, a través de la creación y la naturaleza,…; todo lo “humano” se vuelve acceso a lo “divino, develando que en realidad nada está separado; y justo nuestra sensibilidad es la que nos ayuda a captar este misterio.

Pero no basta con poseer esta inteligencia espiritual, debemos aprender cómo cultivar poniendo medios para enriquecerla, medios que nos ayuden a ir captando este lenguaje, y así poder responder a este deseo interno que late dentro de cada uno de nosotros. En otro momento compartiremos medios concretos de cómo distinguir, cultivar y enriquecer esta dimensión de nuestra persona.

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