
Enseñar no es solo transmitir información. Es generar conexiones. Activar curiosidad. Estimular el pensamiento. Provocar emoción y transformación. Pero, ¿qué ocurre en el cerebro cuando esto sucede? ¿Qué procesos neurológicos se activan cuando una clase realmente logra enseñar?
La respuesta a estas preguntas la ofrece la neurociencia educativa. Esta disciplina permite comprender cómo el cerebro aprende y cómo una buena enseñanza puede potenciar —o bloquear— esos procesos. Si educar es dejar huella, entonces es vital saber dónde y cómo se produce esa huella en el cerebro humano.
Enseñar bien es activar el cerebro
Una enseñanza efectiva provoca una serie de reacciones en distintas áreas cerebrales. No se activa un solo «centro del aprendizaje», sino una red compleja que incluye:
- Corteza prefrontal, asociada con el pensamiento lógico y la toma de decisiones.
- Hipocampo, clave en la formación de la memoria a largo plazo.
- Amígdala, involucrada en el procesamiento emocional.
- Sistema dopaminérgico, relacionado con la motivación y el placer de aprender.
Cuando enseñamos bien, estas áreas trabajan juntas. La información no solo se recibe; se interpreta, se vincula, se recuerda, se transforma.

El papel de la emoción en la enseñanza
Toda experiencia de aprendizaje está mediada por la emoción. Si el contenido genera interés, sorpresa, empatía o entusiasmo, el cerebro libera dopamina y otras sustancias que refuerzan la memoria y la atención.
En cambio, si el estudiante se siente amenazado, aburrido o frustrado, el cerebro activa mecanismos de defensa. Se reduce la actividad prefrontal y se limita el pensamiento crítico.
Por eso, enseñar bien implica crear un ambiente emocionalmente seguro, estimulante y positivo.
Según un estudio en Nature Reviews Neuroscience, las emociones modulan los procesos de aprendizaje al influir directamente en la plasticidad cerebral y la consolidación de recuerdos.
La neuroplasticidad: el cerebro cambia cuando aprende
Uno de los mayores hallazgos de la neurociencia es que el cerebro no es estático. Es plástico, es decir, cambia con cada experiencia significativa. Cuando enseñamos bien, generamos nuevas conexiones sinápticas. Literalmente, reorganizamos el cerebro del estudiante.
Este proceso ocurre especialmente cuando:
- El contenido es relevante para la vida del alumno.
- La información se repite y aplica en distintos contextos.
- Se combinan estímulos visuales, auditivos y kinestésicos.
- Hay retroalimentación constante.
Un docente que comprende la neuroplasticidad no se limita a “dar clases”, sino que facilita cambios duraderos en la estructura cognitiva de sus estudiantes.

Enseñar bien requiere conocer cómo aprende el cerebro
No todos aprenden igual. Cada cerebro es único. Por eso, una enseñanza eficaz debe adaptarse a distintos estilos y ritmos de aprendizaje. Esto implica:
- Usar diversos canales de comunicación.
- Combinar teoría con práctica.
- Integrar arte, movimiento y tecnología.
- Considerar el descanso, la alimentación y el estrés como factores que afectan el aprendizaje.
La neurociencia educativa proporciona herramientas para diseñar estrategias que respeten la biología del aprendizaje.
Enseñar con propósito: activar el sentido
El cerebro aprende mejor cuando comprende para qué sirve lo que aprende. El aprendizaje significativo se activa cuando el estudiante puede conectar lo nuevo con lo que ya sabe, y darle un sentido personal.
Por eso, enseñar bien implica contextualizar, vincular, narrar, provocar preguntas. No se trata solo de enseñar contenidos, sino de construir significados.
Cuando se activa el “cerebro que piensa” (neocorteza) junto con el “cerebro que siente” (sistema límbico), el aprendizaje se vuelve más profundo y duradero.

Errores comunes que bloquean el aprendizaje
Así como hay estrategias que estimulan el cerebro, también hay prácticas que lo bloquean. Algunos errores frecuentes son:
- Monotonía en la exposición de contenidos.
- Falta de pausas o sobrecarga de estímulos.
- Uso del miedo o la amenaza como método de control.
- Evaluaciones que generan ansiedad y no permiten reflexionar.
Un mal diseño didáctico puede activar la respuesta de estrés, dificultando el acceso a las funciones superiores del cerebro. Enseñar bien también es saber qué no hacer.

Universidad CESUMA: formar docentes que transforman desde la ciencia
La Maestría en Neurociencia y Educación de la Universidad CESUMA ofrece una formación sólida, científica y aplicada. Este programa permite a los docentes:
- Comprender los fundamentos neurobiológicos del aprendizaje.
- Diseñar propuestas educativas basadas en el funcionamiento cerebral.
- Promover entornos emocionalmente seguros y motivadores.
- Integrar prácticas pedagógicas con base en evidencia neurocientífica.
El enfoque es interdisciplinario, ético y transformador. Los estudiantes de esta maestría no solo adquieren conocimiento. Aprenden a enseñar desde la ciencia, la empatía y la innovación.
¿A quién va dirigida esta maestría?
- Docentes de todos los niveles educativos.
- Psicopedagogos y orientadores escolares.
- Directivos que deseen renovar su modelo institucional.
- Profesionales interesados en educación, desarrollo cognitivo y bienestar emocional.
Conclusión: enseñar bien es transformar el cerebro y la vida
Enseñar bien es un acto de construcción profunda. Es reconfigurar redes neuronales, despertar el deseo de aprender, y dejar una marca en el desarrollo humano. No se trata solo de cubrir un plan de estudios, sino de activar procesos mentales que acompañarán al estudiante por el resto de su vida.
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