
El pensamiento es una de las funciones más fascinantes del ser humano. Nos permite razonar, imaginar, resolver problemas y construir conocimiento. Pero, ¿alguna vez te has preguntado cómo surge un pensamiento en el cerebro? ¿Qué procesos neuronales hacen posible que una idea tome forma? Comprender esta dinámica no solo es clave para la neurociencia, sino también para la educación. Especialmente hoy, cuando la pedagogía necesita apoyarse en el conocimiento del cerebro para ser más eficaz.
Este blog tiene como propósito explorar, de manera clara y accesible, cómo se forma un pensamiento en el cerebro humano. A través de este recorrido, también comprenderás por qué es tan relevante esta comprensión para quienes desean transformar la educación desde una mirada neuroeducativa.
Todo comienza con la percepción
Cada pensamiento tiene un punto de partida: la percepción. El cerebro recibe información del entorno a través de los sentidos. La vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato actúan como antenas que capturan estímulos constantemente. Esta información sensorial llega al cerebro, donde es organizada y filtrada.
Aquí entra en juego una estructura clave: el tálamo. Este órgano actúa como una especie de central de distribución. Recibe los estímulos sensoriales y los redirige hacia las áreas específicas del cerebro encargadas de analizarlos. Por ejemplo, las señales visuales son enviadas al lóbulo occipital, y las auditivas al lóbulo temporal.
Sin percepción, no hay pensamiento. Y sin atención, la percepción no se consolida. Por eso, el foco atencional es esencial: es lo que permite que un estímulo destaque entre todos los demás y se convierta en la base de una idea.

La memoria: cimiento de los pensamientos
Una vez que el cerebro ha percibido y codificado un estímulo, ese contenido puede ser almacenado. La memoria entra aquí como un recurso vital. Los pensamientos no nacen de la nada: se construyen sobre experiencias previas, aprendizajes y recuerdos. Cada vez que pensamos, el cerebro recurre a redes neuronales que almacenan información del pasado.
En esta etapa, el hipocampo cumple un papel fundamental. Esta estructura cerebral es la encargada de consolidar la memoria a largo plazo. Cuando aprendemos algo nuevo y logramos retenerlo, es el hipocampo quien ayuda a «grabarlo» en el sistema nervioso. Luego, cuando necesitamos esa información para pensar, se reactiva y se pone en juego.
Las neuronas y la sinapsis: arquitectura del pensamiento
Ahora bien, ¿cómo viaja la información dentro del cerebro? La respuesta está en las neuronas. Estas células especializadas forman una red inmensa. Se estima que el cerebro humano contiene cerca de 86 mil millones de neuronas. Cada una puede conectarse con miles de otras a través de un proceso llamado sinapsis.
Cuando una neurona se activa, transmite señales eléctricas y químicas a otras neuronas. Estas conexiones crean rutas o «circuitos neuronales» que permiten la elaboración de ideas. Cuanto más se repite una conexión, más fuerte se vuelve. Es decir, los pensamientos frecuentes o entrenados tienden a establecer conexiones más estables y veloces.
Por ejemplo, cuando un estudiante resuelve problemas matemáticos con frecuencia, su cerebro optimiza las rutas necesarias para el razonamiento lógico. Esto se conoce como plasticidad sináptica, una propiedad que demuestra que el pensamiento se entrena, se modifica y se expande.

El papel de la corteza prefrontal
Aunque muchas zonas cerebrales participan en el pensamiento, una de las más relevantes es la corteza prefrontal. Esta área está situada en la parte frontal del cerebro, justo detrás de la frente. Es la encargada del pensamiento abstracto, la toma de decisiones, la planificación y el control de impulsos.
Cuando reflexionamos sobre un problema complejo, analizamos alternativas o anticipamos consecuencias, es la corteza prefrontal la que entra en acción. Por esta razón, se le considera el centro ejecutivo del cerebro.
Además, esta región sigue madurando hasta después de los 20 años, lo que explica por qué los adolescentes aún están en proceso de desarrollar el pensamiento crítico. Entender esto en el ámbito educativo ayuda a adaptar expectativas y estrategias pedagógicas según la etapa evolutiva de los estudiantes.

Emociones y pensamiento: un vínculo inseparable
Aunque tradicionalmente se ha separado el pensamiento de las emociones, hoy sabemos que están profundamente conectados. El sistema límbico, especialmente la amígdala, interactúa con la corteza prefrontal. Esto significa que nuestras emociones influyen en cómo pensamos y decidimos.
Un estudiante ansioso o temeroso tendrá dificultades para concentrarse o razonar con claridad. En cambio, un ambiente emocionalmente seguro favorece la apertura mental y la creatividad. Por eso, en neuroeducación, se destaca la importancia del bienestar emocional como condición previa para el aprendizaje efectivo.
Tal como lo expone un artículo de Frontiers in Psychology, la interacción entre la amígdala y la corteza prefrontal es crucial para el equilibrio entre emoción y cognición. Esta relación es clave para entender por qué no basta con enseñar contenidos, sino que también debemos enseñar a gestionar emociones.
https://www.frontiersin.org/journals/psychology/articles/10.3389/fpsyg.2019.00300/full
Entonces, ¿qué implica todo esto para el ámbito educativo? Implica mucho. Si comprendemos cómo se forma un pensamiento, podemos diseñar estrategias más eficaces para enseñar. No se trata solo de transmitir datos, sino de activar procesos neuronales: atención, percepción, memoria, emoción y razonamiento.
Desde la Universidad CESUMA, entendemos que la educación del siglo XXI necesita profesionales capaces de vincular pedagogía con neurociencia. Por eso, nuestra Maestría en Neuropedagogía en el Ámbito Educativo ofrece una formación integral, que combina teoría y práctica, con base en los avances científicos sobre el cerebro y el aprendizaje.

Conclusión: pensar es aprender a conectar
Formar un pensamiento no es un evento aislado. Es un proceso dinámico que involucra percepción, memoria, emoción, sinapsis y análisis. Es conectar lo nuevo con lo conocido. Es activar redes neuronales que nos permiten interpretar el mundo.
Comprender este proceso es fundamental para enseñar mejor. Y formar docentes y líderes educativos con este enfoque es una necesidad urgente.
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